Es necesario recuperar la espontaneidad porque, el ritmo frenético que está marcando la sociedad en la que vivimos, nos lleva a estar obsesionados cada vez más con el tiempo que marca el reloj y a olvidarnos del tiempo natural, el de los ciclos de la vida y la naturaleza.
El futuro está compuesto por los instantes que son el presente y estos momentos irrepetibles, son los que necesitamos recuperar.
La angustia es una emoción asociada a una forma particular de entender el paso del tiempo. Nuestra percepción lineal del tiempo es tan intensa que no podríamos entender nuestra existencia sin saber cuándo nacimos, en qué año, mes, semana, día, hora y minuto nos encontramos.
Y organizamos toda nuestra vida en función de estas medidas. No todos los seres humanos entendieron ni viven el tiempo de esta forma. Los incas, mayas, caldeos o los hindúes creían en la sucesión ininterrumpida de ciclos que formaban la rueda del tiempo. Todo vuelve a suceder. Todo es cíclico.
La mayoría de pueblos indígenas ni siquiera tienen palabras para definir el pasado, el presente ni el futuro. Los Inuit utilizan la misma palabra, “uvaitiarru” para referirse al pasado y al futuro lejanos. Los pueblos africanos Hadza, en Tanzania, y Mbuti en el Congo, nunca hablan del pasado y no conocen el concepto “historia”.
Nuestra representación del tiempo es una completa abstracción. Su única realidad está en las máquinas que hemos creado. De hecho, la ciencia moderna ni siquiera está segura de que el tiempo exista. Según los físicos, es posible que todos los acontecimientos se den de manera interdependiente y simultánea a la vez.
Por ejemplo, se sostiene que no existe el tiempo, sino el cambio. Cualquier cosa que sea definida como pasado, presente o futuro, no es más que una ilusión; una percepción subjetiva.
Vivir sin programar
Recuperar los ciclos naturales es de lo más saludable. Todos podemos gozar de vivir nuestro tiempo como queramos y de hacerlo de la manera más humana posible. El movimiento de la Tierra y la Luna nos indican los días, los meses y las estaciones.
Los ciclos que rigen la vida de las plantas y de los animales y que nos permiten a los humanos abastecernos regularmente de alimentos, definían también nuestra percepción del tiempo natural. Durante la mayor parte de la existencia humana, el calendario anual fue el marcador del tiempo a través de unos pocos hitos, como las fechas de los equinoccios y los solsticios. Es necesario recuperar estos conceptos naturales.
El reloj, con sus horas, minutos y segundos, comenzó a gobernar con la industrialización. La iluminación artificial ha sido el otro gran factor que nos ha alejado de los ritmos naturales. Antes nos despertábamos con el amanecer y nos reuníamos en torno al fuego protector cuando oscurecía.
Ese es el modo de vivir al que estamos biológicamente adaptados y, según varias investigaciones científicas, necesitamos recuperar porque es el más conveniente para la salud física y mental.
La sucesión de días y noches y el paso de las estaciones están inscritos en los genes. En el cuerpo se manifiestan ciclos diarios, mensuales y estacionales que gobiernan el sueño y la vigilia, la temperatura corporal, la secreción de hormonas, la división celular e infinidad de otros procesos fisiológicos
Los ritmos de la Naturaleza
La ciencia que estudia los ciclos en los seres vivos, asegura que la mañana y el anochecer, son momentos importantes para sincronizar el reloj interno con los ritmos naturales.
Despertarse con el sol permite que dejemos de segregar las hormona melatonina y prolactina y estimulemos la producción de serotonina, uno de los transmisores neuronales de la sensación de bienestar, así como de cortisol, que nos activa.
También existen ciclos estacionales. A medida que se acerca el verano, se alarga el tiempo en que estamos alertas y los pulmones y el corazón, aumentan su rendimiento. En invierno en cambio, dormimos más y comemos más cantidad, emerge una parte de la psique más tranquila y profunda.
Recuperar la espontaneidad
Una opción sería aprender a vivir el tiempo de las comunidades que mantienen una relación estrecha con la naturaleza. El grupo social y sobre todo, el contacto físico, forman parte de la identidad personal. Reforzar los lazos que nos unen con la naturaleza. Experimentar el presente de una manera más auténtica y significativa.
Recuperar tiempo para estar con la familia y los amigos, tiempo para extasiarse con las bellezas naturales, tiempo para conocer y reflexionar… Lo único que de verdad existe son las experiencias, así que lo más saludable es elegir el tipo de situaciones que quieres vivir.
Disfrutar de la espontaneidad
A la hora de establecer prioridades, hay que distinguir lo urgente de lo importante. Más allá de lo que sea importante para nosotros, deberíamos reservarnos tiempo para entregarnos al disfrute a través de la espontaneidad. Hay que darnos tiempo “para perderlo”.
Cocinar, charlar con un amigo sin límites, ver el atardecer, perderse un día entero por un pueblo que no conocemos, reírnos o pasar un día en la naturaleza. Cuando se vive de esta manera, que era la normal para nuestros abuelos, el día se llena de cosas buenas.
Un dicho zen ilustra la actitud sabia frente al paso del tiempo: “Sentado tranquilamente, sin hacer nada, la primavera viene y la hierba crece por sí misma.” Manuel Núñez y Claudina Navarro.
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