Hablar de nuestras emociones me hace recordar una frase que leí hace tiempo que decía: “El día que nací, mi madre dio a luz gemelos: mi miedo y yo”.
Tu cerebro necesita del corazón para poder reflexionar, para activar tu organismo y para poder relacionarte. Solo tienes que preocuparte cuando la tristeza, la rabia o la culpa se instalen de forma permanente en ti.
Todos hemos oído alguna vez comentarios del tipo: “Soy una persona lógica y mental, puedo dejar las emociones a un lado y analizar las situaciones objetivamente”.
Esta afirmación lleva implícita considerar a la razón y a las emociones como dos entidades totalmente separadas que se pueden activar o desactivar a voluntad. Algo muy lejos de la realidad.
Ambas están más separadas en nuestra mente teórica que en nuestro cerebro. La interacción entre la parte encargada de las emociones (amígdala) y la zona responsable del pensamiento racional (córtex) es constante, y las vías que las unen son muy complejas.
En cambio la razón lo tiene más complicado para manejar al corazón. Está demostrado que aunque la persona mantenga una inteligencia lógica muy buena, sus decisiones suelen ser erróneas porque el cerebro necesita al corazón para poder reflexionar sabiamente.
Los sentimientos no solo son imprescindibles para tomar decisiones o para reflexionar, sino que además cumplen una función clave para activar al organismo y para poder relacionarnos con las personas.
Nuestras emociones son una parte esencial de nuestro software original. Ser humano significa sentir y emocionarse. Al ver a alguien triste, rabioso o ansioso, casi como un acto reflejo vamos a calmarlo, como si quisiéramos desactivar esa emoción rápidamente.
Sin embargo, la alarma solo se nos debería disparar cuando alguna de esas emociones se instalan permanentemente dentro. Entonces sí que deberíamos dedicarnos a descubrir qué nos está pasando. ¿Qué pasa con nuestras emociones?
Nuestras emociones más frecuentes
Vamos a centrarnos en algunas de nuestras emociones más frecuentes: el enfado, el miedo, la culpa, la vergüenza y la tristeza.
Cada una de ellas se activa apretando un botón diferente. Esos cinco botones que las activan se encuentran en el cerebro y la sensibilidad de cada uno de ellos varía según las creencias de cada persona.
¿Qué interruptor tienes más sensible? Imagina que se encuentran en una reunión cuatro empleados con su jefe y este hace un comentario sobre el equipo de trabajo.
Uno siente rabia, el otro se siente culpable, el tercero experimenta vergüenza y el cuarto entristece de repente. Aquí sí que nuestras emociones nos pueden dar muchas pistas sobre cómo actuamos en el día a día.
Entre la situación real y lo que ha provocado en cada uno ha pasado algo. A veces puede ser algo consciente, un pensamiento que ha cruzado por la mente, por ejemplo.
Otras veces las conexiones son más inconscientes y complejas, el jefe pronuncia una frase y como si hubiera apretado un resorte, provoca una emoción específica. Ese resorte es alguna creencia inconsciente que está allí sin que te des cuenta de que la tienes.
Prestar atención a nuestras emociones nos ayuda a descubrir esas creencias que son tan necesarias soltar y dejarlas ir.
5 de nuestras emociones básicas
Miedo
La percepción de peligro es lo que activa el miedo. Desde la época de los cavernícolas, el miedo aparecía ante la presencia de un animal peligroso, un ataque o una situación de peligro por ejemplo.
Esa secreción de adrenalina desencadenaba una serie de cambios fisiológicos que te preparaban para defenderte o para huir. Hoy en día, estas reacciones pierden su sentido original. ¿Para qué sirve sudar cuando estás en una entrevista?
Ese miedo ancestral que llevas en tus células explica por qué algunas veces parece que te va la vida en situaciones nada peligrosas. ¡Los problemas con un jefe, con la pareja o con los hijos… los vives como si fueran un león a punto de atacarte.
Cuando alguien experimenta miedo, con frecuencia es porque lo vive todo como amenazante. Si ese es tu caso, deberías identificar el por qué.
A veces se debe a que crees que no tienes suficientes recursos o habilidades para afrontar una situación. Otras a que le das demasiada importancia a todo y puede que veas el mundo como un lugar extremadamente hostil para ti.
Enfado
Otra de nuestras emociones que se pone en marcha cuando interpretas algunas situaciones como un agravio o ataque hacia tu persona es el enfado.
En la antigüedad, los que se enfadaban tenían más probabilidad de sobrevivir que los que no pero en la actualidad, esa agresividad ha perdido su sentido de supervivencia original.
Quienes se enfadan constantemente son quienes lo interpretan todo como un ataque. Tienen la tecla de la ofensa muy sensible y cualquier situación puede activar esa rabia acumulada.
En el caso de que sea el enfado lo que más te caracteriza, deberías preguntarte por qué lo interpretas todo como una ofensa.
¿Quizá te sientes insegura de tus emociones? ¿Quizá te valoras poco? ¿Quizá tienes la creencia de que no puedes fiarte de la gente?…
Vergüenza
La vergüenza es otra de nuestras emociones básicas y solemos sentirla cuando creemos que hemos fracasado o que no hemos actuado de una forma correcta según las creencias de cada uno.
La persona que siente vergüenza es la que carga con una gran mochila de ideales. Ideales sobre las apariencias, la forma de vestir, qué coche hay que tener, cómo hay que comportarse. ¡Vive de las apariencias!
Si eres de los que experimentan esta emoción de forma frecuente, convendría analizar esos paradigmas y plantearte cambiar tu escala de valores.
El mejor antídoto es la aceptación de la realidad tal cual es. Los ideales, si son demasiado altos, lo único que provocan es frustración y luego vergüenza. ¡Nuestras emociones pueden jugarnos una mala pasada!
Culpa
Aparece la culpa cuando se ha trasgredido alguna norma o si crees que no has actuado como crees que deberías haberlo hecho. ¿Por qué apareció la culpa cuando todavía vivíamos en las cuevas?
Pues porque sin ella no hubiéramos podido funcionar bien como tribu. Las “normas” optimizan el rendimiento grupal. Por lo tanto, un sentimiento negativo al transgredirlas impedía o disminuía la probabilidad de que ese comportamiento (que no favorecía al grupo) se volviera a repetir.
La culpa es una de nuestras emociones que aún mantenemos de forma aumentada por la presión social. El peso de la sociedad sigue siendo enorme.
Si al observar nuestras emociones vemos que es la culpa el sentimiento que más nos acompaña, es sin duda porque damos una extrema importancia a todas las normas sociales.
Predomina el famoso: ¿Qué dirán? Le das mucha importancia al clan, a no quedarte fuera del grupo y a ser reconocida por otras personas.
Detectar que lo que vives como normas impuestas son en el fondo autoexigencias es uno de los pasos más gigantescos que puedes dar para superar la culpa.
Tristeza
Una de nuestras emociones es la tristeza y esta aparece cuando vives una situación como una pérdida. Cuando estás triste, tu energía disminuye, te paras, necesitas cobijarte, no quieres relacionarte y te retraes.
El hecho de parar y no actuar ayuda a la reflexión, a comprender y a procesar lo que te ha pasado.
La tristeza, como el resto de nuestras emociones, fue útil en sus comienzos y lo sigue siendo pero como siempre, no en todas las circunstancias y no cuando se vuelve permanente.
Si la pena o la tristeza es tu compañera constante, estaría bien preguntarte por qué valoras lo que te ocurre como una pérdida. ¿Realmente es una pérdida o simplemente un cambio natural en el río de la vida? ¡Nuestras emociones son las grandes maestras de esta esta vida!
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