¿Cómo acompañar a quien está a punto de partir de este mundo? ¿Cómo hacerlo sin que la emotividad los desborde? Hoy ya no se nace ni se muere en casa, sino en hospitales un tanto fríos y ajenos a la necesidad de transmitir un bálsamo a los corazones, tanto del que se va como del que se queda.
Por eso las personas al final de su vida terrestre, entran a menudo en un profundo estado de angustia y muchas se sienten desamparadas, con miedo o perdidas.
¿Qué hacer para que aquellos quienes van a acompañar en esos momentos permanezcan serenos? ¿Cómo responder a las preguntas de quien está a punto de abandonar este plano sin herir ni mentir? ¿Qué actitud tomar para no sentirse invadido por algunas emociones? ¿Qué nos permite transformar esa espera en una fiesta de liberación del alma?
Está claro que se trate de quien se trate, cada caso es distinto y hay que atravesar esa situación con intuición, serenidad y amor. También parece evidente que un cierto contacto interno con la espiritualidad, facilita el proceso de abrir el corazón del que está a punto de viajar hacia lo eterno de su espíritu.
Lo imprescindible es que quien le va a acompañar en esos momentos en que su alma va a emprender el vuelo y se libera por fin de las ataduras del cuerpo físico, conozca la historia personal de quien está a punto de partir, que haya conquistado una mirada positiva y tenga una clara comprensión de la gran obra de teatro que es la vida.
Quien va a acompañar ha de estar en un estado de entrega, de humildad, de compasión, de sencillez, reconocer la chispa divina en el otro y saber vivir en el presente. Entregarse por completo a acompañar, solo eso.
Que nacer y morir son etapas muy breves en la eternidad del camino del alma, que todos los que vuelven de la clara luz, experimentan una transformación radical en sus vidas, que el sufrimiento aceptado deja de doler y se transforma en una fuente de transmutación, que a las puertas de la muerte cuando se ha dejado caer toda la arrogancia, se descubre verdaderamente lo que es Vivir.
Es el momento de limpiar de un plumazo lo que está emocionalmente agarrotado en la historia personal, es el momento de desapegarse, de despedirse, de perdonar, de agradecer … Es el momento sagrado de acompañar a quien retorna a su verdadero origen.
La mejor forma de acompañar
Una historia que muestra otra forma de aceptar y comprender la muerte, una palabra que muchas veces no se quiere escuchar, un tema del que pocos quieren hablar pero que todos, vamos a experimentar por nosotros mismos.
En la India, un hombre joven está sentado desde la mañana ante la hoguera en la que arde el cuerpo de su padre. No tiene miedo a la muerte, no desvía la mirada sino que la mira de frente. Todo un día dedicado a acompañar la última etapa del que fue su padre en esta vida.
Por la tarde todavía quedan cenizas enrojecidas que brillan en contacto con la brisa que llega del río Ganges. Finalmente un encargado del crematorio al aire libre le trae un jarrón con las cenizas del cuerpo. El hombre joven, luego de acompañar con su presencia todo el proceso, ahora se prepara para la última etapa de un ritual sagrado y lleno de simbolismo.
Mira las cenizas y se despide de quien fue su padre para que pueda volar en libertad. Se gira y le colocan el jarrón sobre sus hombros. El joven lo acaricia con amor y con un gesto delicado, deja caer el jarrón detrás de él. El último lazo que unía al padre con el hijo o mejor aún con toda la familia, acaba de ser cortado, simbolizado por el ánfora rota a su espalda. ¡Ya no hay impedimentos para continuar cada uno su camino!
Las dos vidas se han separado definitivamente a nivel terrestre. No más vínculos familiares. Es libre y siente que no tienen ningún derecho a pedirle que siga aquí. Un acto de inmenso respeto por la vida y la muerte. Los que se quedan se detienen a la puerta del misterio, dejando que el ser que fue su padre, pareja, abuelo, pueda avanzar por su nuevo camino.
Un ser que sabe que la vida tiene razones que no siempre se comprenden pero permite que todo siga su curso, que la vida continúe por sí misma tanto aquí como más allá. El hijo desaparece en el horizonte, dejando en el lugar un profundo sentimiento de paz. Emilio Fiel.
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