Para Francisco Mora, neurocientífico, enseñar significa emocionar. Dice que sólo aprendemos, aquello que se ama.
No importa mucho si tenemos ordenadores o no en las aulas, ganaríamos más con grandes ventanales, más ejercicio físico y por encima de todo, con buenos maestros que sepan cómo aprende el cerebro humano y que tengan ese entusiasmo contagioso acerca de lo que explican y quieren enseñar.
La llave es la emoción.
Sí, la capacidad de interactuar con el mundo a partir de la curiosidad. El problema es que no tenemos maestros preparados para enseñar. El maestro es el alma de lo que puede ser un pueblo y hay que infundirle lo que es una realidad hoy: que es un mago con varita mágica para transformar el cerebro de los niños.
Un maestro transforma la física, la química, la anatomía, la fisiología del niño. Transforma su cerebro para bien y para mal. Y si no lo sabe, si no es responsable y no está formado para ello, no puede emocionarlo y poco o nada, conseguirá enseñar.
La emoción se transmite.
Así es, y nada que no pase por la emoción nos sirve en nuestro aprendizaje. Hay que abrir a los niños la puerta de la curiosidad. Hay que empezar la clase despertándolos. Deben mirarte con los ojos muy abiertos. Se trata de que digan: “¡Ohhh!”… La curiosidad es la única llave que abre la atención, que es la puerta del conocimiento. No puedes decirle a un niño: “¡Presta atención! ¡Caramba!”.
Efectivamente, y tantas cosas que hay que tener en cuenta a la hora de enseñar, como los ritmos circadianos (los momentos álgidos de la atención del niño para optimizar la educación), hasta cómo influye la arquitectura del colegio.
Hoy sabemos que un aula con grandes ventanales, bien ventilada, con una adecuada temperatura y con luz natural produce mejores rendimientos.
Esos cerebros infantiles están creando más de 100.000 millones de contactos sinápticos por minuto. En buenas condiciones serán más alegres y más sanos.
Sin duda alguna, de adultos lo que hacemos es huir de una sociedad que nos atenaza y esclaviza, pero cuando tienes que cimentar lo que será el mundo adulto, hay que potenciarlo.
El ejercicio físico es el responsable de la creación de nuevas neuronas, y es fundamental practicarlo de niño para ser un adulto sano. Nos hemos hecho sedentarios, que es lo antagónico a lo que hay escrito en nuestro programa de ADN y lo que crea las enfermedades en nuestro organismo.
El cerebro de un púber no sólo no ha madurado en las áreas que tienen que ver con la creación de valores, sino que se le están muriendo células a montones porque se está reajustando a lo que es la adultez. Hay cosas que un maestro debe saber para poder enseñar, porque si las conoce, podrá ser flexible y sabrá cómo sacar partido a esos cerebros.
Enseñar para emocionar
La adolescencia es la edad del altruismo si lo sabes encauzar, del heroísmo: todos los héroes han sido adolescentes. Captar eso y encauzarlo es alimentar los cerebros.
Mientras se es niño hay que jugar, conocer el mundo de primera mano, ver la hoja en el árbol, trabajar lo sensorial, lo que te entra por los órganos de los sentidos. Si los metes en una guardería entre cuatro paredes, los estás ahogando.
A partir de los nueve años empieza el pensamiento abstracto, jugar con ideas entendiendo que somos seres fundamentalmente emocionales: no hay nada de lo que yo piense, razone o decida que no tenga una base emocional. No hay razón sin emoción. LV.
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