No nos enseñan a educar las emociones, ni a comprenderlas ni a saber cómo funcionan. De niños nos enseñan a leer, escribir o resolver problemas matemáticos, pero ¿Qué hay de las emociones?
Educar las emociones puede convertirse en la llave hacia la libertad. Elsa Punset dice que las emociones muchas veces nos gobiernan, por lo que aprender a educar emocionalmente, desde pequeños, ayuda a mejorar nuestras relaciones, a superar el estrés, a tener mejor salud y dejar de tener miedos.
Tan importante es aprender cosas en el colegio como entender el miedo, la tristeza, el amor o la autoestima. A eso le llama educar emocionalmente, algo que todavía cuesta encontrar en la educación actual. Hagamos un repaso por las diferentes emociones y cómo comprenderlas.
A los adultos, ¿nos habría ido mejor si nos hubiéramos entrenado para afrontar algunas emociones?
¡Desde luego! Qué gran verdad. No éramos conscientes de la importancia de las emociones: lo afectan todo, desde nuestra salud física hasta nuestro cociente intelectual, nuestra forma de relacionarnos con los demás, cómo tomamos decisiones o nuestra creatividad.
No hemos ayudado en nada a educar emocionalmente, a comprenderlas y a transformarlas. ¿El resultado? Muchos problemas de salud mental, muchos de ellos de origen emocional, y muchas emociones incomprendidas y reprimidas que nos dañan en cuerpo y mente.
Pero esto tiene fácil solución: ayudar a las personas, desde la infancia, a comprender y gestionar sus emociones. ¡Es una gran llave de libertad que estamos descubriendo!
¿Cómo se pueden educar?
Las emociones siempre se “educan”, la diferencia es que pueden educarse por sí solas, para bien o para mal, o bien puedes incidir conscientemente en el capital emocional del niño, ayudándole a comprender, transformar y regular sus emociones.
Si no hacemos nada para educar conscientemente, nuestras emociones se consolidan en la infancia como una reacción instintiva al entorno y a la familia. “¿Debemos aprender a ser dueños, y no esclavos, de nuestras emociones?, ¡No existe un desafío más grande que mejorarse a uno mismo!”
¿Cuál es la edad más adecuada para comenzar con este aprendizaje o juego de las emociones?
Cuanto antes lo hagamos de forma consciente, mejor. De hecho, desde que nacemos ya somos sensibles a las emociones de nuestros padres y reaccionamos a ellas. En los primeros años de vida, a los más pequeños les cuesta distinguir entre ellos mismos y sus emociones y por eso actúan de forma tan emocional.
No saben aún gestionarlas. Los padres enseñamos instintivamente a nuestros hijos pequeños a comprender y nombrar sus emociones, decimos a los niños pequeños por ejemplo, “Tienes sueño, ¿verdad? Te voy a mecer así y te vas a dormir”. Poco a poco, si los padres les ayudan, los niños aprenden a poner nombre a sus emociones y a gestionarlas, es decir, a calmarlas.
Educar las emociones
¿Cómo pueden los padres trabajar el miedo con sus hijos?
El miedo es una emoción primaria muy poderosa, que actúa como una señal de alarma que nos hace huir o defendernos. Uno de los recursos para hacer frente al miedo es hacer un “plan antimiedo”, para tener a mano recursos prácticos o ayudarle a poner nombre para calmar el cerebro emocional.
¿Y la autoestima?
¿Hasta qué punto nuestros hijos se sienten queridos y competentes? Esos son dos pilares de su autoestima. Permitir por ejemplo que el niño pueda ofrecer lo mejor de sus habilidades en su casa y enseñarle a aceptarse y compararse menos con los demás.
¿El amor?
Educar en el sentido que la vida es una elección constante entre el amor (la apertura a los demás y a la vida) y el miedo (la necesidad de protegerse de un peligro real o imaginario.) Facilitarle un entorno social donde recibe afecto, ya que eso dispara la capacidad humana para superar obstáculos.
¿La tristeza?
La tristeza es una reacción normal a las pérdidas y a las decepciones. Podemos ayudar a un niño a enfrentarse a esta emoción “normalizándola”, simplemente escuchándole, sin culpabilizarlo por sentirse triste, dándole recursos para comprender y aceptar esa emoción, como animarle a seguir haciendo aquello que le alegra.
¿La paz interior?
Podemos educar emocionalmente al niño que sus estados emocionales son pasajeros y que puede tomar distancia de ellos, por ejemplo enseñándole a relajarse o meditar. La serenidad, como todas las demás emociones o estados emocionales, se puede entrenar y fortalecer físicamente en el cerebro.
¿La alegría?
Recordar al niño que todos tenemos un cerebro programado para sobrevivir que tiende a magnificar y recordar lo negativo, hasta cinco veces más que lo positivo. Es importante pues enseñar al niño a generar y potenciar sus estados emocionales positivos.
Dice un conocido refrán que necesitas un pueblo entero para educar a un niño. Los humanos somos una especie profundamente social y cuando somos niños aprendemos imitando a los adultos que nos rodean.
Por ello, los estudios muestran que los niños que tienen padres y madres emocionalmente inteligentes tienen mejor salud, mejor rendimiento académico, mejores relaciones con los demás y menos problemas de comportamiento. En resumen: son más sanos emocionalmente y eso incide en todos los ámbitos de su vida. Ana Rodrigo.
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