Por los animales, ¿Cambiar al veganismo o seguir siendo ganadero? Es la pregunta que se han hecho varias personas que se dedicaban a la ganadería hasta que despertó en ellos una nueva forma de mirar a los animales y de mirarles a los ojos.
María pasó su niñez cuidando cerdos. Con 10 años cargaba sacos de 25 kg. El negocio familiar, en el que María y su hermana limpiaban los establos y ayudaban al padre en el engorde, era muy duro para las dos niñas.
María soñaba con una vida diferente y los cerdos le resultaban un estorbo. “Me gustaba la carne y los productos que se elaboraban en casa, pero lo cierto es que desconocía que nos podemos alimentar de otra manera.
Jan interrumpió sus estudios de biología y matemáticas en los años setenta para hacerse cargo del próspero negocio familiar. Sus antepasados, varias generaciones de ganaderos, llevaban décadas produciendo leche y queso en una península en el Mar del Norte.
Jan se especializó en explotaciones agrícolas y fue el primer ganadero de la región en convertir su granja en ecológica. Menos animales, establos más grandes y más tiempo de los terneros con sus madres antes de la separación.
“Pronto nos dimos cuenta de que la ganadería ecológica no es garantía de una vida digna para los animales y llegó un punto en que no era capaz de conciliar negocio y conciencia. Cuando un animal no era rentable, había que enviarlo al matadero, y eso cada vez se me hacía más difícil”.
Bob vive en Nueva York, tiene 40 años y ha dedicado los diez últimos a la cría de cerdos. Convencido de que la ganadería industrial es un verdadero desastre para todos, decidió invertir todo lo que tenía en montar una granja ecológica.
Se sentía orgulloso de su trabajo, hasta una mañana en la que todo cambió: “Lo primero que noté fue lo triste que estaba. A veces me sentía algo confuso, incluso culpable, pero ¿triste? ¿Una tristeza profunda en la boca del estómago, en los hombros, en los ojos? Criar cerdos había sido, a pesar de los conflictos internos, una alegría. En casi diez años nunca me había sentido así”.
Howard era un cowboy de cuarta generación y su granja un ejemplo de eficiencia. 45 años dedicado a la ganadería industrial, llegó a tener más de 7.000 reses. “Todos los malos hábitos que se pueden tener, los tenía yo. Desayunaba, comía y cenaba hamburguesas. En el año 1979 me encontré paralizado de cintura para abajo, el diagnóstico fue un tumor en la médula espinal”.
Cuando tenía 14 años, María conoció a una de las profesoras del instituto de su ciudad, que era vegetariana. Como ella misma explica, aquel encuentro abrió su conciencia y confirmó lo que antes solo eran intuiciones.
“Lo que ahora advierte la Organización Mundial de la Salud, que la carne procesada es tóxica como alimento y todo eso, ya lo sabíamos nosotras entonces”. Así que María, su hermana y su madre decidieron dejar de comer animales. “Fue como una conquista. Me hice vegetariana por amor a los animales y al mismo tiempo comencé a investigar la relación entre los alimentos y la salud”.
Bob también había decidido dejar de comer carne, creyendo honestamente que no podía ser vegetariano y criador de cerdos a la vez. Yo parecía diferente. Mi perspectiva se había trasladado a otro plano, en el que no era capaz de ver dónde terminaba su existencia y dónde empezaba la mía.
Mientras estaba allí, sentado en mi tractor, entendí que algo mucho más profundo que mi dieta había cambiado. Fue más bien una revelación. En aquel momento sentí un intenso deseo de no tener nada más que ver con su muerte”.
Por su parte, Jan conoció a la que hoy es su pareja, Karin, una enfermera muy activa en la defensa de los animales. “Cuando la conocí, le plantee mis dudas y ella me respondió: es fácil, deja a las vacas vivir.
¿Y de qué viviremos nosotros entonces?, le dije yo”. Así fue como la granja se convirtió en fundación, la pintoresca residencia para vacas jubiladas Hof Butenland. Un santuario en el que las más veteranas conviven con cerdos, gallinas, patos, perros, gatos, caballos, conejos y los visitantes que deciden pasar allí unos días de descanso.
Además de cuidar de los animales Karin es la responsable de cocinar para los huéspedes y acaba de publicar un libro de recetas libres, por supuesto, de ingredientes de origen animal.
“Durante mucho tiempo, negaba que me cayesen bien las vacas”, cuenta Jan. “Era la única manera de seguir, tenía que ganarme la vida. Ahora las veo como a camaradas. Estoy de buen humor y les hablo, yo no veo ninguna diferencia”.
La operación de Howard era de alto riesgo y él lo sabía. “Había visto a los animales morir, había visto la tierra contaminarse, pero no fue hasta que me vi paralítico que fui consciente de que el problema era yo.
Yo sabía que lo que estábamos haciendo era totalmente insostenible, pero era una especie de histeria colectiva. Todos lo hacían así, desde siempre”. La operación fue un éxito y Howard salió del quirófano caminando, pero era una persona totalmente diferente a la que había entrado en él. “La pregunta ¿deberíamos seguir comiendo animales? es la más esencial que me he planteado en toda mi vida”.
Howard decidió compartir su experiencia. “He recorrido más de 160.000 km al año, ha habido épocas en las que he dado tres o cuatro conferencias al día. Pero mi objetivo no es salvar el mundo, mi objetivo es que la gente pueda tomar sus decisiones teniendo toda la información”.
María y su hermana también se armaron de valor y le plantearon a su padre que no querían seguir explotando animales. No fue fácil, el padre puso el grito en el cielo, pero con el tiempo incluso él dejó de comer carne.
María es hoy una madre feliz. El negocio familiar se reconvirtió en un taller de artesanía. Más de 30 años después, los antiguos establos solo almacenan cerámica. “Ahora los únicos cerditos que viven allí son de loza”.
En un instante tomó Bob la decisión de dejar de criar cerdos y convertirse en agricultor. “Tras diez años de convivir con estos increíbles animales he comprendido que, cuando miras a sus ojos, nunca ves el vacío, siempre hay alguien mirándote al otro lado”. Pero algo así no podía hacerse de un día para otro.
Se trataba de dejar un negocio próspero. “Tenía demasiados compromisos, deudas y no sé prácticamente nada sobre agricultura ecológica. Sabía que tenía que ser cuidadoso, calculé que, sin violar ninguno de esos criterios, la transición me iba a costar aproximadamente un año”.*
A día de hoy, Howard sigue dando conferencias por el mundo. “Cuando tratas el tema con alguien de la industria su argumento suele ser “es que vosotros no lo entendéis”. Pero yo sí lo entiendo. He matado más animales que la mayoría de ellos y sé que lo que estamos haciendo es nocivo para nuestra salud y terrible para los animales”. Lucía Arana. Foto: Hof Butenland.
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