De niña, a la princesa Marta Luisa de Noruega le costó dar sentido al don de clarividencia que poseía.
En esta entrevista nos cuenta cómo la visita de un ángel provocó en ella un despertar espiritual y le abrió las puertas a un nuevo mundo.
Se trataba de una vida repleta de obligaciones oficiales, pero según puedo recordar, me sentía diferente. Yo era hipersensitiva a las personas y podía percibir sus emociones.
En otra ocasión, cuando tenía siete años, me levanté y le dije a una señora de mediana edad: “no esté triste, todo va a ir bien con su marido”. Ella rompió a llorar y me confesó que tenía problemas en su matrimonio.
Fue por aquel entonces cuando comprendí que era diferente puesto que sabía de manera intuitiva cosas que otras personas desconocían.
Así que a los siete años de edad tomé la determinación de cerrarme y desconectarme, de modo que sólo pudiera escuchar lo que los demás decían y no lo que sentían.
Era capaz de comprender sus emociones y sabía intuitivamente si él estaba contento, apenado o si algo iba mal.
Bastaba con que pensara hacia qué lado quería que se dirigiese el caballo, para que él girara en esa dirección.
Este animal mantuvo activa la conexión espiritual conmigo incluso después de que yo la desactivase con las personas. Los caballos no sabían que yo era una princesa y si lo hacía bien era porque estaba siendo fiel a mí misma.
Conforme vamos creciendo, muchos de nosotros dependemos del cerebro para interpretar el mundo, desconectándonos así de nuestro verdadero ser.
A partir de los 14 años leí multitud de libros espirituales; todo lo que escribía Paulo Coelho, Doreen Virtue y Las nueve revelaciones de James Redfield.
Más adelante, cuando tenía 16 años, durante unas vacaciones en Oxford, una buena amiga me presentó a un sanador que afirmó que yo tenía capacidades sanadoras.
También recuerdo una escena de mi infancia en la que, a la edad de 7 años, ponía las manos sobre mi niñera, quien padecía un traumatismo cervical, y le aliviaba el dolor. Todos solían pedirme que les diera un masaje porque mis manos sabían de forma instintiva cuál era el lugar exacto que necesitaba sanación.
Un día, mientras estaba ejerciendo como fisioterapeuta en el Hospital Universitario de Maastricht, cogí al azar un libro sobre los ángeles.
Cuando llegué a casa por la noche, me senté en mi apartamento a meditar sobre los ángeles y quedé abrumada por una sensación amorosa.
Supe entonces que mi ángel de la guarda estaba allí conmigo.
No vi nada. Simplemente noté esta oleada de amor y me di cuenta de que a menudo me había acompañado a lo largo de los años.
Hacía falta que yo reconociese esta energía y la tomara en serio.
Debido a la exposición mediática que sufría, había pasado la vida intentando encajar en determinados parámetros. Sin embargo, en mi fuero interno sentía que todo era una pantomima y que en realidad yo no era una buena persona.
El amor universal —puedes llamarle Dios si quieres— es el centro al que todos estamos ligados.
Todo el mundo tiene un ángel de la guarda acompañándole desde el día de su nacimiento hasta el día de su muerte. Además, hay otros ángeles a nuestro alrededor a los que recurrir para que nos ayuden a diario.
De modo que un año después de casarme, cuando todavía residía en Noruega, me apunté a un curso de clarividencia en una academia holística de Oslo. Elisabeth era una de las compañeras de estudios.
Durante los primeros dos años no entablamos conversación alguna; parecía que hablábamos idiomas diferentes.
Pero hacia el final del curso, en 2005, comenzamos a charlar sobre ángeles y conectamos. Fue como si los ángeles nos hubieran reunido y de repente nos comprendiéramos mutuamente.
Ambas éramos sumamente sensitivas, veíamos las energías que emanaban de las personas, podíamos percibir las verdades no pronunciadas y teníamos la capacidad de sanar con las manos. Nos dimos cuenta de que cada una complementaba a la otra y de que queríamos compartir nuestro don con otras personas.
Has sido objeto de críticas en Noruega por tu trabajo en el ámbito de las terapias alternativas; incluso un periódico ha solicitado que renuncies a tus títulos como miembro de la realeza. ¿Tu familia apoya tu vocación espiritual?
Nuestro propósito consiste en integrar nuestras almas, que están conectadas a la esencia divina, y expandir el amor en nosotros mismos y hacia los demás.
Creo en las vidas pasadas.
Pero el pasado no es lo importante, lo que realmente importa es el presente. Con el pasado ya no podemos hacer nada, mientras que podemos elegir qué queremos hacer ahora y si deseamos mantener los viejos patrones o preferimos cambiar.
Aprovecha el ahora porque este preciso instante es el momento más precioso que posees.
El corazón y el intelecto deberían colaborar al unísono.
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