La mayoría estamos convencidos de que nuestra forma de ver la vida es la mejor forma de ver la vida.
Y que quienes ven las cosas diferentes que nosotros, están equivocados.
En función del país y del barrio en el que hayamos sido educados, ahora mismo nos identificamos con una cultura, una religión, una política, una profesión y una moda determinadas, igual que el resto de nuestros vecinos.
Y entonces, ¿Por qué no cuestionamos nuestra forma de pensar? ¿Y qué consecuencias tiene este hecho sobre nuestra existencia?
No existe ni un solo ser humano en el mundo que quiera sufrir de forma voluntaria.
Las personas queremos ser felices, pero en general no tenemos ni idea de cómo lograrlo. Y dado que la mentira más común es la que nos contamos a nosotros mismos, en vez de cuestionar nuestro sistema de creencias e iniciar un proceso de cambio personal, la mayoría nos quedamos anclados en el victimismo, la indignación, la impotencia o la resignación.
Nos permite afrontar la verdad acerca de quiénes somos y de cómo nos relacionamos con nuestro mundo interior.
Así es como iniciamos el camino que nos conduce hacia nuestro bienestar emocional.
Cultivar esta virtud provoca una serie de efectos terapéuticos. En primer lugar, disminuye el miedo a conocernos y afrontar nuestro lado oscuro.
También nos incapacita para seguir llevando una máscara con la que agradar a los demás.
En la medida que la honestidad se va integrando en nuestro ser, sentimos frecuentes episodios de alivio por no tener que fingir ser quien no somos.
Entre estos destaca la arrogancia, la soberbia, que nos lleva a sentirnos superiores, poniendo de manifiesto nuestro complejo de inferioridad.
De ahí surge la prepotencia, con la que tratamos de demostrar que siempre tenemos razón. También empleamos la vanidad, haciendo ostentación de nuestros méritos, virtudes y logros.
Principalmente porque nos incapacita para reconocer y enmendar nuestros propios errores. Y pone de manifiesto una carencia de humildad.
Etimológicamente, esta cualidad viene de humus, que significa tierra fértil.
Es lo que nos permite adoptar una actitud abierta, flexible y receptiva para poder aprender aquello que todavía no sabemos.
Llegado el momento, nos invita a ser breves y no regodearnos.
Es cierto que nuestras cualidades forman parte de nosotros, pero no son nuestras.
Y es que solo cuando accedemos al núcleo de nuestro ser sabemos que no somos lo que pensamos, decimos o hacemos. Ni tampoco lo que tenemos o conseguimos.
Ésta es la razón por la que las personas humildes, en tanto que sabios, pasan desapercibidas.
Sentimos más curiosidad por explorar formas alternativas de entender la vida que ni siquiera sabíamos que existían.
Y cuanto más indagamos, mayor es el reconocimiento de nuestra ignorancia, vislumbrando claramente el camino hacia la sabiduría.
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